Tanta
majestad hay en la piedra
como
si todo lo perdido
volviera
a su seno.
Se
amalgamara.
Tanta
majestad
que
una sola grieta
basta
para consagrar nuestra mirada
y
rendirnos en humilde reverencia
ante
su esplendor u ocaso.
A
veces una mancha de musgo verde
corona
su cima
y su sombra
declina
desde el noroeste.
¿Acaso
podríamos adivinar
que
bajo esta cúpula milenaria de granito
entraña
de la piedra
un
día se abrió un verso
como
una flor de loto
y
el hábito que dio aliento a la rueca
o
el cuenco de un renunciante
hoy
es fragmento?
En
todos estos signos reconocemos
una
voz que nos viene desde siempre
como
unos ojos que profesan
su
iris más transparente.
Aprendemos
a transcribir
este
enigma
en
el corazón del polvo
que
nos hace duros y etéreos
para
enderezar los pasos