lunes, 28 de mayo de 2012

SORTILEGIO

No es un tiempo, no es una época la que nos define con sus afanes; trazos de luz que no distinguen norte de sur. Al final, el tiempo no tiene nada aprendido, todo está sucediendo.

Al final como diría el poeta, el tiempo no es más que un mal periódico burgués.

Intuyo un espacio antes de creer y renunciar.
Mis dudas, mis reflejos, mi substancia.

¿De qué me sirve nadar en una mermelada perenne si no me encuentro en su sabor?

Presiento que soy la entidad que vencí y me nombro y por nombrarme soy. Sucedo por las formas. Resulta que no soy palabra que nombra sino palabra que sucede. Un objeto que nunca se define, que a duras penas se prefigura.

Pero no creas en este engaño. Sucede que se puede decir de muchas formas que nunca se saben.

De alguna manera el sentimiento me define más no me condiciona.
Ninguna pretensión de Govanni Pico della Mirandola o de Tomás Moro me gobierna.

Quisiera de una vez por todas -vaya pretensión- entregarme más que definirme, pues cuando te das; una voz hace coro y te persigue.
Quisiera salvar un renglón para no seguir después del punto, tan solo por salvar el árbol, la sombra del árbol que soy. La sombra donde descanso.

Decir que tuve mi casa en el árbol suena cacofónico., como voces que retumban dentro de su semilla, como puntillas que atraviesan tu corteza.

Cacofónico, tremenda palabra. CA-CO-FÓ-NI-CO, es como si dijera: ladrón de sonidos.

Sin embargo quisiera salvar un renglón, insisto; descalzo de economías, cubierto de margenes.
Luego del rodeo, solo hacer una salvedad; la única que me sostiene y me alimenta: he vuelto a esta agenda crónica.

Solo sabe de intentos por salvar una vida. Una vida que resiste a perder su sabor.

Cruzado de razones y sentires y en medio de la incomprensión; lanzo, conjuro, provoco mis decretos.