jueves, 2 de junio de 2011

EL USO DE JENA

Aquella niña gustaba de los girasoles.
Su vida no ha sido fácil, ahora lo recuerdo.
El ascensor se abre y alguien que siempre me ha evitado de repente me saluda, pero en mi mente solo esta ella como un timbre.

Es noviembre y aún esta cruda la mañana en este edificio de oficinas.

Repaso sus números, la cobertura de sus muros con mis yemas para cerciorarme que hoy estoy aquí de vuelta a la normalidad del lunes y no en la corola de una inmensa flor que absorve luz solar.

Y si, es verdad, nada más cierto que la fragancia lavanda que friega este cuarto piso, similar al de las peluquerías del Colón. Claro que estoy acá, ese innigualable aroma a molienda que despide la greca, lo confirma.
Nada de polen, no perfumes; esto más bien pinta a una larga jornada laboral.

Por aquellos días disfrutaba de los placeres mínimos:
degustaba con deleite sumo hasta la última gota de mi jugo de borojò con ñapa, le encontraba gustos disimiles a los cigarros; un día uno de ellos me supo a coco o aguacate, creo.
Volví a las salas de cine comercial solo repleto de maní con una hambre eterna y los sábados me entregaba al placer obscuro del cine arte en los solares de la Atalaya. Y como no tenia chica, practicaba el sexo seguro, a veces me masturbaba, seguro.
Es probable que antiguamente halla sido de piedra con esas miradas de isla de Pascua mirando a no se donde.
No he escrito nada nuevo hoy, salvo que esta niña gustaba de girasoles.
En que me ayudaría saberlo y digamos mejor, recobrarlo?
A veces me entra una gana y me da la pensadera.
Su nombre es Jena. Ella a veces me escribe y parece maravilloso. Bueno, digo que me escribe y suena torpe, yo solo sé que escribe -con mala ortografía, por cierto- pero escribe y eso es lo que cuenta.
Quizás eso sea lo único malo que hay en ella pues la suma de todos sus capítulos es como un hermosos arcoiris al atardecer donde te haces ligero como aquella nube que naufraga esta vez en el sueño.
Yo vivía perdido, debajo de mi cama, perdiendo mi panzita por un precio módico sin operador. Cuando uno pierde el amor, desarrolla otros gustos como la vuelta a los brownies, los platanitos con queso y harto ketchup y más y más borojó.
Por eso ahora vivo debajo de esta cama desde la última semana de todos los cambios solo porque es demasiado ancha para mi. Aun no me acostumbro -cuesta hacerlo- sobre todo cuando te levantas lleno de totazos en la cabezota.
Yo he perdido la gana, he intentado lanzarme de los puentes solo por empujarme a besar el suelo. No tengo elección con este desapego. Una incierta decisión me arrastra.
Yo vivo cada tornado, cada tsunami como una ayuda de dios que deja dudas. En mi bolsa no hay mucho; una que otra perspectiva, otra opción difícil y en el fondo no hay esperanza ( no podría llamarla así a esta foto ) como Pandora.
Ayer un demente fanático dijo que el mundo se acababa a las cuatro de la tarde. Yo me doy una pausa y me preparo para el choque. Ya no me muevo como antes.
Qué tan cerca estoy de esa cura?
Solo sé que es muy alto y me pregunto ahora si llegaré muerto antes del impacto.
Sin embargo una vos que me nombra me detiene. Parece su vos, yo diría que es identico su perfume, solo cambia su discurso.
Ahora es más pausado, casi tenue y el mundo ya no se mueve. En ese tenor, una nueva voz se establece,bajo su mando permanente evaluó mi confianza sin mucha pompa y avanzo mi gira posponiendo mis impulsos.
Esta semana recobre el uso de Jena, con el tiempo quizás esto pueda cambiar y me dejaría con un nuevo peso para el combate, sin daños colaterales, siendo más preciso, m+as transparente, más letal.
Recuerdo justo a esto girasoles que ella insistía en un café como para cerrar un contrato o algo así. Me causa gracia como todo en ella, yo intenté ser su mejor amigo pero me perdí en la recta final.
A veces deshabitado en la noche, la siento respirar su particular aliento, su legua traviesa que me recuerda a un gato estirando la pata.
Aún no sé porque esta chica me perturba. Yo trato de olvidarla los fines de semana con grandes ingestas de alcohol para conservarme, ya saben, como las aceitunas...en fin.
¡Mierda!
Las siete, hora de cerrar.