Buscan seguridad a la sombra de un árbol que llaman líder.
Se alimentan de dogmas y bajo sus ramas encuentran abrigo
con carisma.
Nunca aprendieron a romper el molde. Vivieron una canción
hasta que menguaron sus gargantas y ya sin voz se hicieron más que niños; párvulos,
nonatos que aún maman de la misma teta asustada.
Ciegos como la camada de perros callejeros que revientan en
las calles que dejaron de ser nuestras, han sido paridos y ni si quiera se
arrastran.
Reclutados por dolor y miedo, se entregaron sumisamente a la
ignorancia y en nombre de la verdad emprendieron sin control la barbarie desde
siglos remotos.
Han perdido sus agendas e hicieron de la ruptura su familia.
Dejaron el continente y se hicieron a islas, les encantan los archipiélagos siempre
y cuando sean de su propia especie. Llamaron “acción de gracias” a un día donde
celebraban la muerte de nativos y comieron pavo y se fumaron la pipa. Aman la
hierbas pues no rumian como vacas sino más bien balan como corderos aunque
prefieren la avena que todos conocemos.
La muerte siempre anduvo con ellos, hicieron de la pira y la
horca sus fieles compañeras pues llamaron hereje a los atrevidos y enemigo al
mundo.
Han vivido de ella, es un negocio rentable eso de “salvar
almas” y luego condenarlas a vivir atadas.
En todo caso, hoy han perdido sus alas y desde su caída nos ha quedado esta memoria artificial como herencia.
Renunciaron a su fe, la única que realmente cuenta: dejaron
de creer en si mismos.
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