jueves, 14 de abril de 2011

EL ATICO

Se alquiló en París sin aguacero
para escribir una novela
y vivir un nombre
la ficción de otro hasta volverse nada.

Sintió la opacidad del viento
y como el eco del amor
encoge en los arbotantes.

Encendió hogueras para quebrar el hambre
y se llenó de cubiertos para darse de alta.

Evidencias de un pésimo clima
era su mala vida
-para otros-
que en su ser fue
renuncia y obstinación.

Como objetos de conciencia
o como objetos ideales
eran sus llamados
una experiencia innovadora
para ser un arácnido.

Ejerció una rutina casi apostólica
y lanzó gritos de iniciado.

Y así
de a poco
se hizo un indígena decente
-sin bufandas y sin guantes-
en el ancho camino del arte.

Poco a poco
como a las nubes que desatan sus formas
inocentes y se entregan a la pupila...

Y ahora aquí
al cabo de los años
como si estuviesen dormidos
delante del espejo que ella amaba
corre el riesgo de la cortina
y quiebra a su fantasma
en la ciudad de piedra.

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